Desde hace unos días me veo inmerso en encuentros, conversaciones y charlas (todas con buena intención) que me invitan a olvidarme de mi pasado. A hacer borrón y cuenta nueva con mi trayectoria profesional y vital. Es cierto que, por minutos, me he sentido tentado pero, apenas echo la vista atrás, me doy cuenta de que no tengo de qué arrepentirme.
Muchos me seguís asociando a la mal llamada prensa del corazón o prensa rosa o cotilleo en general. Para muchos compañeros es como un estigma que marcará para siempre mi futuro. Y cuando me proponen algo, siempre se pronuncia la frase:
Vamos a intentar que se olvide ese sambenito
Y yo me pregunto por qué. Los mejores ejemplos de profesionalidad y compañerismo en esta profesión me los he llevado de mis colegas de la prensa social; durante las horas de espera hemos compartido momentos de emoción inolvidables y charlas acerca de vivencias únicas. Hemos conocido a nuestros ídolos o incluso a las personas que detestamos. Y, sobre todo, en los momentos críticos, nos hemos apoyado unos a otros.
Eso en la calle, pero en un plató, he vivido instantes inolvidables. Aprendí que los límites existen y, que a veces, es bueno deambular en las fronteras de lo correcto. Supe lo que era el respeto. Reír con los demás y conmigo mismo. Y, sobre todo, en qué consiste el oficio de periodista.
Inmaculada Casal y el resto del equipo (tantos y tantas profesionales que han pasado) de Contraportada siempre decíamos lo mismo.
Vale, lo que contamos, no debería importar a nadie. Pero en realidad, sí que importa. Y ¿por qué contarlo con menos rigurosidad o respeto que la información convencional?
¿Es más periodístico el señor que, por imposición o respeto a una línea editorial maquilla unas declaraciones políticas que el compañero que habla de si una actriz ha cambiado o no de cara?
Sinceramente creo que no. Que el Periodismo es Periodismo siempre que se salvaguarde la máxima de respetar al espectador. Más falta a la inteligencia del receptor quien intenta crear una opinión sesgada en contra de la verdad que el que cuenta una ruptura sentimental y a lo mejor hace que el público se ponga en el lugar del personaje y le ayude también a olvidar sus miserias personales.
Desde aquí rompo una lanza por tantos y tantos compañeros que siguen en la complicada brecha de la crónica social invitando a los lectores a olvidar problemas, a entender al de enfrente e incluso a aprender. No abomino de Contraportada, tampoco del Tomate ni de la Jaula como no me arrepiento de informativos, magazines o concursos.
Me despido con una cita de uno de mis filósofos (sí, no me equivoco, FILÓSOFO) favoritos,
Voltaire decía
“Lo superfluo, esa cosa tan necesaria.”
Y sí que lo es. Lo liviano hace que podamos afrontar con ligereza y pasos ligeros las contrariedades y las verdaderas desgracias.
Así que desde aquí expreso mi orgullo por el pasado vivido. Por lo que compartí. Porque de ahí salí y mis amigos nacen.